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La histeria de los censores

Por Aldo Mazzucchelli / Revista Extramuros 08.05.2022

Mientras la guerra de Ucrania ruge, y las 80.000 páginas de Pfizer y el informe BionTech ante la SEC confirman que las “vacunas” han sido experimentación sobre seres humanos a gran escala, Barack Obama y Hillary Clinton reclaman que se legalice la criminalización de cualquiera que diga lo que a ellos no les parece.

En Europa se aprueba legislación que consagra formalmente la exigencia de censura de contenidos contrarios a la opinión de la Unión Europea sobre cualquier tema que los censores decidan.

En Estados Unidos, Biden nombra a una fanática de la Verdad Oficial, Nina Jankowicz, como Directora del Consejo para la Gobernanza de la Desinformación. Nina tendrá la ardua tarea de determinar lo que es verdadero y falso para todos nosotros, de aquí en más.

* En la última semana de abril Hillary Clinton y Barack Obama se jugaron en público por endurecer la censura, regulando públicamente las plataformas tecnológicas

* Cuatro factores al menos generan el apuro por avanzar ya: la perspectiva complicada para EEUU de lo que está ocurriendo en Ucrania; las elecciones de medio término a fines de año en EEUU; la erosión de la narrativa Covid ante la revelación de documentos oficiales de las farmacéuticas y los gobiernos; la constante pérdida de credibilidad y audiencia de los grandes medios, que hasta ahora han impuesto el discurso hegemónico

* Europa acaba de aprobar la Ley de Servicios Digitales que impone la censura al más amplio nivel en internet

* Elon Musk es presentado como un villano porque dice querer terminar con la censura en Twitter

La criminalización del disenso toma estado oficial con la creación de una especie de “Ministerio de la Verdad” en Estados Unidos

“El lavado de información es realmente feroz / es cuando un charlatán toma algunas mentiras y las hace sonar como novedades / Repitiéndolas en el Congreso o en un medio mainstream / Para que el origen de la desinformación sea un poco menos atroz /

Así es como escondés una mentirita / escondés una mentirita / Cuando Rudi Giuliani compartió inteligencia falsa desde Ucrania / o cuando los influencers de TikTok dicen que el Covid no hace nada / Están lavando desinformación y realmente debemos tomar nota / Y no apoyar sus mentiras con nuestra billetera, voz, o voto // 

(Nina Jankowicz, la nueva Censora Máxima de los Estados Unidos)

Nina Jankowicz es una fanática partidaria de Hillary Clinton con aspecto y modos adolescentes, pese a que a sus 33 años ya no tendría edad para ello. Con la boca estruendosamente roja y una chaqueta al tono, en uno de sus videos en TikTok hace su numerito de varieté, o quizá su variante de Mary Poppins, dando ese tono descontracturado de “no cuestiones nada y disfruta de la fiesta, que aquí no pasa nada y es todo una teoría conspirativa” tan propio del político mainstream contemporáneo.

Mientras tanto, con total deliberación junta los siguientes conceptos: (1) comunicar puede ser, si la información que se comunica no sigue la Línea Oficial del Partido de la Ortodoxia (le llamo así al partido conformado por Deep State + Corporaciones + Burócratas internacionales + Filántropos), equivalente al lavado de dineros mal habidos; (2) cuando políticos o medios oficiales usan esa misma información en canales “respetables” (Congreso o grandes medios) se concreta el “lavado” y la info parece más sólida; (3) menciona los dos temas sobre los cuales al Partido de la Censura le va la vida en imponer su narrativa en exclusividad: Covid y Ucrania; y (4) agita a sus seguidores para que no crean ni apoyen lo que ella llama “desinformación”, y que en realidad es muchas veces la única información libre y verídica que va quedando.

¿Es Nina Jankowicz una adolescente tardía y de cabeza vacante, como aparece en el videíto de TikTok que hará las delicias de ignorantes y fanáticos en el mundo entero a esta hora? Para nada. Es la nueva Directora Ejecutiva del Consejo de Gobernanza de la Desinformación del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América (The United States Department of Homeland Security’s Disinformation Governance Board). El organismo es de reciente creación y su título sugiere con claridad sus fines.

Jankowicz, de 33 años y origen familiar polaco, es presentada como “experta en desinformación”, una especialidad que no existe en ninguna universidad. En realidad estudió ciencia política y ruso, pasando un semestre en una universidad de formación de maestras en Rusia -no queda claro si obtuvo siquiera algún posgrado universitario, aunque según Wiczipedia pareciera que no. Luego Jankowicz fue acunada por los usuales organismos del Estado Profundo para su formación de cuadros y espías: la institución Fullbright -que la envió a Kiev a trabajar con la cancillería ucraniana, como parte del programa de creación de rusofobia y ultranacionalismo en esa capital- y el Woodrow Wilson Center, que la contó como “disinformation fellow” que podría traducirse como “colega experta en desinformación”.

Pese a ello, su historial como celosa vigilante de la desinformación no es muy bueno: en agosto de 2020 elogió el llamado “Steele Dossier”, que fue una construcción política para sustentar la idea de que a Donald Trump lo informaban y apoyaban los rusos. Ese Steele Dossier ha caído en desgracia al demostrarse su carácter fraudulento: fue una creación de la campaña del Partido Demócrata y la actores de la Inteligencia norteamericana. La investigación judicial sobre lo que hoy se conoce como “Russiagate” en Estados Unidos están en etapas muy avanzadas y el investigador principal, John Durham, ha citado ya ante la justicia a figuras de la campaña de Hillary Clinton (como John Podesta) y a ciudadanos que hicieron las conexiones correspondientes entre la comunidad de Inteligencia y la cabeza del Partido Demócrata.
Luego de aquella “gaffe” preelectoral, Jankowicz apareció apoyando que se eliminase de todos los medios la denuncia, hoy aceptada como veraz, de la aparición -en un laptop de Hunter Biden, hijo del actual presidente Joe- de información comprometedora para la familia Biden. En aquel entonces esa eliminación fue lo que ocurrió: ninguno de los grandes medios replicó la exclusiva publicada por el diario New York Post, que en cualquier sociedad medianamente democrática habría exigido, como mínimo, una investigación judicial urgente por lo que implicaba la información revelada respecto de la ética de uno de los candidatos a la presidencia. Según una encuesta reciente, si un 16% de quienes votaron a Biden hubiesen conocido esa información, no lo habrían votado. Pero los “fact checkers” financiados por el Partido de la Ortodoxia miraron el asunto, y decretaron lo esperable: era todo desinformación… rusa. En efecto, la originalidad no parece haber sido hasta ahora el fuerte ni de Nina ni de los artistas de la inteligencia norteamericana. 

Al nombrarla, el Secretario para la Seguridad Nacional Alejandro Mayorkas (D) ha insistido en describir a Nina Jankowicz como “una experta en desinformación” -lo cual, considerando lo ambiguo de la frase, podríamos dar por cierto- y también -pese a que nada, realmente, lo sugeriría- como una persona “neutral”.

Obama y Hillary atacan de nuevo

Pero Nina es un pez pequeño. Prestemos atención a lo que los líderes del cardumen han estado haciendo estos últimos días. El 21 de abril fue un día importante. Por un lado, Hillary Clinton salió en Twitter a exigir que se aprobase la ley pro censura que tenía pronta la Unión Europea:

“Durante demasiado tiempo las plataformas tecnológicas han amplificado la desinformación y el extremismo sin rendir cuentas. La UE está preparada para hacer algo al respecto. Insto a nuestros aliados transatlánticos a que impulsen la Ley de Servicios Digitales y refuercen la democracia global antes de que sea demasiado tarde” (Hillary Clinton, tweet del 21 de abril, 2022)

Por otro, el mismo día Barack Obama brindó un encantador y programático discurso en la Universidad de Stanford en donde convoca a la elite de Silicon Valley, y a sus empleados actuales y futuros -varios de estos últimos seguramente presentes en el auditorio- a tomar parte activa en la censura. “Estas compañías deben tener otro rumbo, aparte de hacer dinero y aumentar su participación de mercado. Arreglar el problema que en parte ayudaron a crear, pero también comprometerse con algo mayor. Y a los empleados de estas compañías y a los estudiantes aquí en Stanford que bien pueden ser empleados de ellas en el futuro, ustedes tienen el poder de mover las cosas en la dirección correcta”, instó Obama en un momento de su discurso. 

Y luego de conceder que ve “sinceramente preocupados” a los jefes de las grandes plataformas tecnológicas, y admitir que la actual “moderación de contenidos puede limitar la distribución de contenidos claramente peligrosos“, el ex Presidente se pone serio y agrega: “Pero eso no es suficiente.” Y enseguida insiste: “Algunas compañías han dado el siguiente paso en el manejo del contenido tóxico experimentando con nuevos diseños de producto -por ejemplo enlenteciendo la distribución de contenido potencialmente dañino- y ese tipo de innovación es un paso en la dirección correcta y debe ser aplaudido.” Aplaudir la censura, es decir. Pero el discurso irá mucho más allá de esto.

Del análisis del discurso de Obama quedan -como veremos enseguida- claras dos cosas: que Obama está patrocinando la aprobación de leyes en Estados Unidos que obliguen a los proveedores de Internet y plataformas tecnológicas a ejercer la censura legalizada, por un lado. Por otro, que tanto Obama como quienes comparten su línea política están perdiendo la batalla por el control de lo que se consideran “hechos reales“. Y que la están perdiendo a tal escala, que ya precisan recurrir abiertamente a la censura y a la criminalización legal de la opinión disidente, “antes de que sea demasiado tarde” como lo dice explícitamente Clinton en su tuit. El tiempo corre contra ellos, no a favor.

Quién controla la construcción de lo que se considera real

El concepto clave es doble: el sistema político ya no puede controlar la construcción de una realidad única, en la que todos los ciudadanos crean, por un lado. Por otro, la solución a esto es “confiar en los líderes”, es decir, que sea un político -o una comisión de censores por él designada- quien le diga a usted lo que es real, y en qué debe creer. Y el resto, será censurado para ayudar a ese objetivo. 

A Obama no le preocupa mayormente que existan distintas opiniones, lo que le preocupa es que existan distintas realidades construidas, sobre las cuales esas opiniones se desplieguen. Y así, la clave del sistema no es controlar la opinión, sino controlar los “hechos”. Pues con un teléfono en la mano de cada ciudadano, cada ciudadano es testigo de lo que pasa realmente, y cada ciudadano puede emitir una opinión sobre ello que refuerce de algún modo la existencia de esos hechos que el sistema no quisiera registrar. Es a este tipo de hiperrealidad -o ausencia completa de ella, pues no es claro que haya “realidad” social alguna sin discurso común que la articule, la oriente y la explique- que Obama reacciona. El problema es serio y real. Pero Obama reacciona en el sentido del control y la imposición, en lugar de hacerlo en el sentido de la mejor educación de cada ciudadano.

En efecto, veamos cómo Obama hila sus argumentos. Por un lado están los problemas que, al control político de las sociedades, plantea la nueva ecología de los medios de comunicación. Desde comienzos de siglo ocurre que se han sumado miles de millones de opiniones a la “plaza pública”. Blogs, podcasts, videos online, posteos en redes sociales y nuevos portales de noticias independientes desafían el orden del mundo. Hasta que comenzó este siglo, el sistema se “autoregulaba” a través de un conjunto limitado de informadores y opinadores. 

Si usted miraba televisión en los EEUU entre 1960 y 1990” -razona Obama-, “lo más probable es que usted viera una de las tres grandes cadenas noticiosas que existían entonces. Y esto tenía sus propios problemas” pero, “en términos de noticias, al menos, los ciudadanos de todo el espectro político tendían a operar usando un conjunto común de hechos…” 

Obama observa, pues, que lo que ya no funciona como antes es que, mientras que antes los “hechos” eran los mismos para todos, ahora los ciudadanos no están de acuerdo ni siquiera en lo que ha ocurrido. Según esta visión, llevada a su extremo, no podríamos de ninguna manera saber ni siquiera cuál es la realidad. Pero esto sería también un problema para los censores, pues si “nadie sabe” cuál es la realidad, los censores tampoco lo saben. Por tanto, el propio Obama se contradice un poco más adelante, cuando abogando por la censura dice: “sean cuales sean las reglas que pongamos a la distribución de contenido en Internet, van a implicar juicios de valor. Ninguno de nosotros es perfectamente objetivo… Pero eso no significa que algunas cosas no son más verdaderas que otras. O que no podemos distinguir entre opiniones, hechos, errores honestos, engaños intencionales. Hacemos estas distinciones todo el tiempo en nuestras vidas cotidianas…. Y podemos hacer lo mismo cuando se trata de contenidos en internet. En la medida en que nos pongamos de acuerdo en un conjunto de principios, algunos valores esenciales, que guíen el trabajo.

Principios… valores… ¿Cuál sería entonces la solución concreta, según Obama, a esta pérdida de poder de los antiguos creadores de realidad, los medios mainstream y sistémicos? Uno pensaría que un liberal clásico diría algo así: “eduque mejor a sus ciudadanos, invierta todo el dinero que pueda en dar herramientas a la gente para que sea capaz de pensar por sí mismo, y permítale informarse con la más absoluta y mayor variedad posible de fuentes, puntos de vista y opiniones. Genere un conjunto de leyes muy pequeño que castigue solo lo que todas las sociedades siempre han estado de acuerdo en castigar, desde los llamados abiertos a la violencia personal o grupal, a la pedofilia, etc. Usted obtendrá una sociedad libre, dinámica, y con multiplicidad de opiniones y puntos de vista. La mejor receta contra un discurso falso es dejarlo que se esparza y demuestre por sí mismo su falsedad, porque la libertad de expresión es la higiene de las ideas”.

Pese a que Obama en algún momento dice “sí, yo también creo que la mejor solución para un discurso malo, es un buen discurso”, en la práctica no lo suscribe. Al contrario, su fórmula es completamente la contraria. En lugar de confiar en sus ciudadanos, Obama prefiere inventar un cuco externo -lo hace sin ninguna originalidad: es Vladimir Putin-, y pretende que él o “Steve Bannon” (un periodista favorable a Trump de alto impacto popular) se dedican a “sembrar mugre” con el objetivo de “debilitar la democracia”. Y agrega que las preguntas, en lugar de ser algo bienvenido, son un grave problema. Para Obama esta amplitud de puntos de vista termina siendo vista como una amenaza, y la discrepancia es resumida como “teoría conspirativa”: 

“Uno solo tiene que inundar la plaza pública de un país con suficientes porquerías, uno tiene simplemente que plantear las suficientes preguntas (“you just have to raise enough questions”), esparcir suficiente mugre, plantar la suficiente teorización conspirativa, como para que los ciudadanos ya no sepan qué creer. Una vez que pierden confianza en sus líderes, en los medios tradicionales, en las instituciones políticas, en los otros ciudadanos, en la posibilidad de que haya verdad… 

Una diversidad real de puntos de vista enfrentados se ha convertido ahora, insólitamente, en el apocalipsis del ex-liberal. ¿Cuál es la cura para esta supuesta enfermedad? Obama es ambiguo. Sabe que sus votantes son “liberals“, todos ellos educados en el respeto a la Primera Enmienda, que consagra la libertad de expresión. Sabe, pues -y este es el problema principal que enfrenta toda esta visión política, que quiere censurar pero no quiere decir ni admitir que lo hace- que tiene que encontrar una justificación para lo que está haciendo. En un momento de su discurso dice que él está “cerca de ser un fundamentalista de la Primera Enmienda” y que “no podremos remover de la internet toda la desinformación“. Pero decir esto es, al mismo tiempo, implicar que sí se removerá de internet mucho. Precisamente, lo que esta facción política del Partido de la Ortodoxia y sus fact-checkers considera desinformación. 

Es decir, los hechos y las opiniones que debiliten la narrativa y la construcción del mundo de los obamitas. 

Lo que significará todo esto en concreto no es difícil de prever. En su discurso Obama pone a Fauci como ejemplo de ciencia, y lo opone a “charlatanes”, y habla de que no puede considerarse “una fuente creíble sobre el cambio climático” a “un adolescente que escribe teorías conspirativas en calzoncillos mientras vive en el sótano de su abuela“. Pero al hacer esto obviamente crea un hombre de paja para luego poder quemarlo. Opone Fauci a los “charlatanes”, pero nunca menciona a los científicos serios y de carreras mucho más sólidas que el político de túnica Fauci, como McCullough, Ioannidis, Battharchaya, Gupta, Zelenko, Bhakdi, Pantazatos, etc. etc., que discrepan con Fauci en términos científicos. Así es fácil demostrar cuál es “desinformación” y cuál no.

Al mismo tiempo,  escandalosamente, admite como si nada que la población global ha sido sometida a un experimento, y esto lo cuenta entre las grandes cosas positivas de su visión de lo que es real:
Tomese Covid. El hecho de que los científicos hayan desarrollado vacunas seguras y efectivas en tiempo record es un logro increíble. Y ahora pese al hecho de que esencialmente hemos testeado clínicamente las vacunas en billones de personas en el mundo entero, uno de cada cinco norteamericanos está aun con miedo de ponerse en riesgo y poner a su familia en riesgo al vacunarse. Hay gente que está muriendo debido a la desinformación.” 

Hoy que Pfizer -como informó eXtramuros ya en diciembre de 2021- ha liberado sus informes a las autoridades de salud norteamericanas (hasta ahora celosamente ocultos, y liberados contra la voluntad del Partido de la Ortodoxia gracias a una solicitud de información pública que debió ser peleada en tribunales) y al reporte de BionTech ante la SEC, ampliamente difundido ya, sabemos que las vacunas fueron aprobadas sin testear realmente, que fueron experimentadas sobre la población mundial, y que la gente está muriendo, efectivamente, gracias a la desinformación. Entre 140.000 y 187.000 muertos a consecuencia de la inyección Covid, sólo en los Estados Unidos, y sólo entre marzo y agosto de 2021, es el estremecedor resultado que arroja un estudio conjunto de la Universidad de Columbia y un investigador israelí. La desinformación mata, efectivamente. Y desinformación es lo que Obama y Fauci han promovido. Desgraciada y criminalmente, si la internet se vuelve lo que Obama quiere que sea, sólo quedaría a disposición de los ciudadanos la opinión de Fauci y del superior gobierno, y nada más. 

En efecto, según consta en la nueva Ley de Servicios Digitales de la Unión Europea -a la que se referirá más abajo-, los proveedores de internet deberán ahora cumplir con normas de censura -fraseadas según los habituales eufemismos de “protección de los ciudadanos” y “control de la desinformación”- con que estos dictadores nada “liberales” esconden lo que realmente quieren hacer. Y si un sitio web -por ejemplo, eXtramuros, cuyos servidores están actualmente en Bulgaria, país miembro de la Comunidad Europea- difunde información y opinión que los censores como Nina Jankovicz o sus homólogas europeas consideran que no debe difundirse, nuestro sitio web será eliminado. Podríamos movernos desde luego a otra jurisdicción menos “democrática y liberal”, donde esa censura no rija.

El argumento de Obama es falaz en otro sentido, cuando carga las tintas sobre lo supuestamente “malo” que habría traído la nueva situación comunicativa global. Él reconoce correctamente una tendencia, promovida por el diseño de las plataformas tecnológicas como Facebook o Twitter, a promover la creación de burbujas autoconfirmatorias y estimular la confrontación. “Hoy por cierto -dice- ocupamos realidades mediáticas completamente distintas que llegan directamente a nuestros teléfonos sin tener siquiera necesidad de ir a mirar nada más. Esto nos ha hecho a todos más proclives a lo que la psicología llama “sesgo de confirmación”: la tendencia a seleccionar hechos y opiniones que confirman nuestras visiones del mundo pre-existentes, y descartar los que no. Dentro de nuestras burbujas nuestros prejuicios no son desafiados, sino reforzados. Y naturalmente tendemos a reaccionar negativamente ante aquellos que consumen distintos hechos y opiniones. Todo esto profundiza las divisiones raciales, económicas y religiosas.” En internet, lo “bueno” corre en paralelo con “mentiras, teorías conspirativas, ciencia basura, charlatanería, tendencias racistas de la supremacía blanca, guiones misóginos)” … “y con el tiempo perdemos nuestra capacidad de distinguir entre hechos, opiniones, y ficción total. O acaso ya nos dejó de importar hacerlo. Y todos -incluidos nuestros niños- aprendemos que si queremos likes y elevarnos sobre el común y ser virales, meter controversia, enojo, incluso odio, a menudo da una ventaja“.

Todo cierto. Pero ante ello, la solución que propone el ex Presidente es simple. Abandona la confianza en la ciudadanía y en la libertad individual. Usted, ciudadano común, no tiene el poder de distinguir qué es verdad y qué es mentira. Por tanto tiene que ser el gobierno, sus “líderes“, los que le van a decir lo que es verdad y lo que no, y los que lo van a “proteger de que usted se vea expuesto a contenidos peligrosos“.

Los factores de la histeria

Repasemos en síntesis de qué pareciera que se trata todo esto, y por qué esta urgencia de acelerarlo todo. Obama es una de las elocuentes caras visibles de un grupo de corporaciones e instituciones burocráticas de nivel global o estatal, revestidas de una ideología política transhumanista que incluye componentes de socialismo burocrático. Esa ideología, que tiene representantes en muchos países de la tierra, está trabajando hace años para imponer su visión del mundo e implementar sus políticas. Han encontrado resistencia, y están usando su poder para destruir esa resistencia a través del control del discurso público. Y este control del discurso público incluye la censura en gran escala.

Pero, para conseguir sus fines, que son obviamente dictatoriales, no pueden ejercer censura abierta y desembozada como hacían las dictaduras militares, puesto que se llaman a sí mismos “liberales” y tienen una base de seguidores que, al menos en principio, estaría contra las dictaduras. Por tanto, lo que están buscando es hacer lo mismo que las dictaduras militares, pero de modo indirecto. Con ese fin inventaron una serie de trucos discursivos. Los más expandidos y notorios de ellos son:

Imponer una serie de términos engañosos cuyo sentido ellos puedan manipular, entre los cuales los más conocidos son: “noticias falsas”, “desinformación”, “discurso de odio”, y “teoría conspirativa”, por lado. 

* Por otro lado, inventar que existe la posibilidad de crear organizaciones que distingan lo verdadero de lo falso. Les llamaron “fact-checkers”, o verificadores de contenidos. Por el expediente de crearlas, financiarlas, y darles una apariencia de imparcialidad, intentan que el público acepte que alguien haga por ellos el trabajo que cada ciudadano debería hacer por sí mismo, que es distinguir los discursos verdaderos de los falsos, y sus intenciones.

Crear un aparato jurídico que elimine la protección constitucional de la libertad de palabra en las “democracias” contemporáneas, de modo que la censura no pueda ser derribada en el caso de que cambios de gobierno (que se vuelven cada vez más improbables en este nuevo sistema dictatorial)  

Primero fue la crisis de Covid. Y ahora, decretado de modo arbitrario el “final” (provisorio) de todo aquello, se ha propiciado un gran caos a partir de la descontrolada inflación y ruptura de las cadenas de suministro que fuera consecuencia de las políticas impuestas en los años Covid, lo que es potenciado por las nunca antes vistas sanciones impuestas, en este caso a Rusia, luego de generar las condiciones para llevarla a intervenir militarmente en el territorio de Ucrania. Esta nueva situación lleva a una escasez de aquellos productos en los que Rusia y Ucrania son particularmente fuertes -energía, granos y fertilizantes, tierras raras- y la abierta alianza y cooperación de China con Rusia -y el acercamiento a esa alianza de India e Irán, entre otros actores importantes- podría agravar aun más la situación de suministros para Occidente, así como minar la fortaleza del dolar como moneda de reserva global.

En este segundo momento se intenta controlar la información aun más férreamente, invocando razones de seguridad nacional y politizando y radicalizando a la población con una combinación de basura ‘patriótica’ y ‘humanitaria’ a la vez. 

Pero todo lo dicho no se ha impuesto sin una sensible resistencia de parte de la población, que se ha expresado en manifestaciones públicas y en formas políticas. Todo ello fue cuidadosamente censurado también de los grandes medios, cumpliendo con la observación de Obama acerca de lo clave que es quién controla la construcción de los hechos.

El problema no es solo ahora esa resistencia, sino que, igual que en los tiempos Covid, los escenarios descritos pueden generar un descontento en la población que se traduzca en oposición política seria en países clave, especialmente Estados Unidos. Por tanto, la necesidad de controlar aun más férreamente la invención de realidad y su interpretación está en el orden del día, y eso probablemente explique la urgencia con la que Hillary Clinton y Obama, además de actores del Foro Económico Mundial y la Unión Europea -que son la cabeza visible de toda esta movida- muestren apuro por “acelerar la implementación de la Agenda 2030”. Para quien quiera verse expuesto a un concentrado muy explícito de las mentiras superpuestas a otras bajo el lenguaje pseudo humanitario del burócrata global, invito a leer esta declaración de Antonio Guterres que sintetiza calentología sin base científica, mentiras absolutas respecto de Covid, y la necesidad de la “gobernanza mundial” como corolario inevitable.

Ese plan está en peligro debido, en buena medida, al fracaso de las sanciones contra Rusia. Tal parece que lo que se esperaba es que Rusia se derrumbase enseguida y hubiese un cambio de régimen que removiese a Putin. Ha ocurrido lo contrario. A un aumento apreciable de la popularidad de Putin, y una situación más precaria de su oposición pro-Occidente dentro de Rusia -concentrada sobre todo en las elites de ese país-, se suma que el rublo se fortaleció luego de las sanciones, hasta alcanzar hace unos días los 70 por dólar (en el comienzo de la crisis su debilitamiento inicial lo había llevado al entorno de los 150). Mientras tanto la guerra no ha sido la guerra breve que los observadores en Occidente se figuraron al comienzo, lo que está obligando a Estados Unidos y sus aliados a elevar su apuesta de suministro de armamento a niveles que -según analiza, por ejemplo, Bloomberg- pueden no ser sostenibles en el corto o mediano plazo, mientras Rusia sigue avanzando en el sureste, y habiendo terminado con la limpieza de Mariupol se concentra ahora en abrir un corredor hasta Odesa. La perspectiva se torna ahora la de una guerra larga cuyo objetivo para Washington sería -de nuevo- el “debilitamiento” de Rusia. La alternativa a ello -también ya esbozada- sería admitir que Ucrania será desmembrada al menos en tres: una zona rusa al Este y Sur, una ucraniana pequeña alrededor de Kiev, y un Oeste que volvería al control de sus antiguos propietarios polacos, y quizá algunos rincones aun para Hungría y Rumania en el Suroeste. En el caso de una guerra larga, habría que ver qué poblaciones -si la rusa o la europea y norteamericana- son capaces de soportar las estrecheces de un esfuerzo militar duradero en medio de escasez creciente, sin oponer una presión política sustantiva a sus líderes que lleve a los famosos “cambios de régimen” que Estados Unidos tanto ha impulsado hasta ahora en terceros países.

Todo lo anterior amenaza la posición del dólar como moneda internacional de reserva, el futuro político del Partido Demócrata en las elecciones de medio término a celebrarse a fines de este año 2022, y la viabilidad misma de la implementación del Gran Reseteo en Europa y USA. Aunque también es verdad que hay una tendencia contradictoria: un caos con escasez, caída de las monedas y los mercados financieros, e incluso déficit de alimentos, podría facilitar la implementación de ese mismo Gran Reseteo, porque las poblaciones occidentales puestas de rodillas podrían implorar un “ingreso básico universal”, y no tendrían mayores problemas en entregar aun más el control a las elites con tal de no tener que sacrificar más su nivel de consumo y entretenimiento.

Además está el problema de que los medios tradicionales siguen perdiendo credibilidad. Por ejemplo, la CNN perdió un enorme porcentaje de su audiencia en los últimos dos años, debido a la transparente acumulación de falsedades y campañas de propaganda que hizo pasar por “noticias”. La cadena promedió sólo 548.000 espectadores durante la semana del 3 de enero, una caída precipitada frente a los casi 2,7 millones de espectadores de la misma semana de 2021. El New York Times y el Washington Post -dos pilares de esta ideología globalista-socializante- también han visto de nuevo bajar su credibilidad y lectoría. ¿Qué se puede hacer para frenar esta tendencia?

Es importante reforzar esto a escala internacional. Esta es una internet integrada globalmente. Hay valor en eso pero al integrar reglas tenemos que comprometer al resto del mundo” responde Obama, reafirmando esa voluntad autoasignada de los líderes norteamericanos por imponer sus visiones al resto de la tierra. “Ahora es el momento de elegir de qué lado estamos. Tenemos posibilidad de elegir ahora. Permitimos que nuestra democracia se desvanezca, o la hacemos mejor. Esta es la elección que enfrentamos. Y es una elección que vale la pena asumir.

La institucionalización de la censura en Europa

Para cerrar este panorama, a la cuestión general que plantea Obama se agregan dos elementos importantes: el acuerdo político alcanzado en la Unión Europea para aprobar la Ley de Servicios Digitales, y el acuerdo de compra de Twitter por parte de Elon Musk. 

Sobre lo primero, la nueva Ley promete ser “un conjunto común de normas sobre las obligaciones de los intermediarios y la rendición de cuentas en todo el mercado único, que abrirá nuevas oportunidades para prestar servicios digitales a través de las fronteras, garantizando al mismo tiempo un elevado nivel de protección a todos los usuarios, con independencia del lugar donde residan en la UE.”

La ley aprovecha el legítimo miedo de los usuarios a que le roben los datos, o lo estafen, así como protegerlos de los llamados “patrones oscuros” -los mecanismos de manipulación que orientan inadvertidamente los modos de “hacer clic” online. Bajo pretexto de implementar regulaciones sobre esos asuntos, introduce por primera vez en la historia la censura legal de las comunicaciones.


Este es el modo en que se presentan sus objetivos al público:

  • “La Ley de Servicios Digitales mejora significativamente los mecanismos de eliminación de contenidos ilícitos y protección efectiva de los derechos fundamentales de los usuarios, incluida la libertad de expresión. Además, la Ley introduce una mayor supervisión pública de las plataformas, en particular las que llegan a más del 10% de la población de la UE.
  • obligación para las plataformas muy grandes de evitar abusos de sus sistemas gracias a medidas basadas en el riesgo y auditorías independientes de su gestión de riesgos
  • acceso de los investigadores a los datos clave de las plataformas más grandes a fin de comprender cómo evolucionan los riesgos online
  • estructura de supervisión adecuada a la complejidad del ciberespacio: los países de la UE desempeñarán el papel principal, con el apoyo de un nuevo Consejo Europeo de Servicios Digitales; en el caso de las plataformas muy grandes, supervisión y ejecución reforzadas por parte de la Comisión.

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Christel Schaldemose, miembro del Parlamento Europeo por Dinamarca, y Margrethe Vestager, vicepresidenta ejecutiva de la UE encargada de la política digital, anunciaron al día siguiente del discurso de Obama, es decir el 22 de abril, un “acuerdo político” en la Unión Europea para aprobar la ley. 

La retórica que rodea lo que la iniciativa realmente significa está plagada de eufemismos. Para decir que van a censurar lo que no cierre con su narrativa -sobre “cambio climático”, minorías, la guerra de Ucrania, o Covid, entre otros asuntos- dicen que aprobarán medidas “contra el contenido ilegal y la desinformación en línea”. Mezclan así contenido efectivamente ilegal, como la promoción de la prostitución infantil, con información perfectamente legal emanada, por ejemplo, de periodistas realmente presentes en el frente de guerra. 

No es ilegal: es información que no le gusta a los dueños de los censores.

También la retórica de los europarlamentarios promete “proteger” a sus poblaciones -como si fuesen niños incapaces de juicio propio- de “contenidos, bienes y servicios ilegales”, previendo multas que “pueden llegar hasta el 6% de la facturación mundial” de las grandes plataformas. Además, como es constante en los burócratas que se autodesignan como censores del trabajo ajeno, exige a los desarrolladores de software de las plataformas tecnológicas a que den “acceso a los algoritmos de plataformas en línea muy grandes”, y demagógicamente, pretenden que serán “los mismos usuarios” quienes a través de un “mecanismo de aviso y acción” obliguen a las plataformas a eliminar contenidos “con rapidez”.  

Las normas prevén apretar la vigilancia y denuncia de contenidos a todos los niveles: Servicios de intermediación; Servicios de Alojamiento de Datos, y Plataformas Online. Esto significa que la censura no dejará rendijas por donde se pueda colar la información que no confirme al sistema. Bajo el pretexto de reducir el poder de las burbujas particulares, lo que se pretende es crear una gigantesca burbuja única. Cuando uno se adentra en las disposiciones, se encuentra con que habrá “obligaciones más estrictas para las grandes plataformas online de evaluar y atenuar los riesgos a nivel de la organización general de su servicio para los derechos de los usuarios cuando las restricciones de los derechos y los riesgos de propagación viral de contenidos ilícitos o nocivos tengan mayor repercusión.” y “acceso a los datos de las plataformas para que los investigadores comprendan los riesgos para la sociedad y los derechos fundamentales“.

Es decir que cuando haya que censurar, se exigirá a las compañías que lo hagan. Financiar la vigilancia en línea de miles de millones de mensajes es carísimo, además, con lo que la ley podría favorecer aun más la concentración monopólica. 

Y los “investigadores” (se refiere a los burócratas reguladores nombrados por los Estados) tendrán derecho a conocer la información personal de todo el mundo, bajo el pretexto de que solo así podrán entender los algoritmos en vigor.

Finalmente, en relación a la guerra de Ucrania, se prevé que “por tres meses” exista un “mecanismo de respuesta a la crisis” que obligue a las “plataformas muy grandes a limitar cualquier amenaza urgente en sus plataformas”, cacofónico eufemismo que significa siempre lo mismo: se niega a los ciudadanos de la Unión Europea el derecho a informarse de fuentes diversas respecto de la situación en Ucrania.

Como corolario de esta negociación, Vestagher celebra las galletitas y dulces que comieron mientras cocinaban el acuerdo, culminando con una afirmación completamente obscena: que  esta ley “protege la libertad de expresión”.

Musk, la hipocresía y un grosero fin para la Modernidad

A fines de abril se conoció que, luego de tiras y aflojes, Elon Musk había llegado un acuerdo para comprar el control accionario de Twitter. El New York Times reaccionó en su newsletter diario de uno de los modos clásicos en que los partidarios de limitar la libertad de expresión han reaccionado: “Buenos días. La persona más rica del mundo, infeliz con las políticas de una gran plataforma de redes sociales, se la está comprando

No parece que el “peligro” de que un gran millonario sea dueño de un medio de comunicación debiese ser cosa rara, ni nueva, para el New York Times. Amazon -que controla no solo el supermercado virtual más grande de la tierra, sino que además incluye una plataforma de videocontenidos, más la librería más grande de Occidente, donde su dueño ejerce censura y elige lo que vende y lo que no vende-, es propiedad de quien hasta hace poco era nombrado también como “el hombre más rico del mundo”, Jeff Bezos. Bezos, por si fuera poco, es también el dueño de un periódico importante a nivel norteamericano y global, el Washington Post. Al New York Times nunca le molestó nada de esto. En cuanto a Meta -que administra Facebook e Instagram-, es de otro hiper millonario, Mark Zuckerberg. Tampoco le molestó al New York Times la fortuna de Zuckerberg. No son pobres tampoco los dueños de la empresa más grande de la tierra, Google, que es dueña de YouTube -el segundo sitio más visitado de la tierra, después de Google misma. 

¿Qué puede decirse del poder mediático de un George Soros, o Bill Gates, que directamente o a través de una miríada de emprendimientos, fundaciones y ONG que controlan, dirigen la política informativa de una mayoría de medios mainstream? 

Es decir, el punto seguramente no será que Musk sea rico: todos los dueños de mainstream media y tech platforms son super ricos, así como lo son los dueños de las escasos conglomerados que controlan los medios de información y la publicación a nivel global. El punto es cuáles de ellos aplican la agenda de censura global, y cuál(es) no.

Musk dice que no la aplicará. Ver para creer, pero por lo menos eso es lo que ha anunciado. Y los censores están desesperados. Vijaya Gade, la abogada involucrada en la decisión, “lloró” luego de que Musk sellase el trato. Otro ejemplo de la exaltación mediática de una especie de ideología woke de niños caprichosos que, cuando no obtienen lo que creen con todas sus fuerzas que debe ocurrir, lloran. 

Algunas reacciones exquisitas más, en grandes medios de comunicación (que también suenan desesperados):

Christine EmbaThe Washington Post: “Lo que tenemos aquí es un ejemplo perfecto de “pico de multimillonario”: la capacidad de una persona fantásticamente rica para, sin rendir cuentas, tomar decisiones con ramificaciones que pueden cambiar la vida de mucha, mucha gente, basándose nada más que en su estado de ánimo y sus ridículamente profundos bolsillos.”

Jessica J. GonzálezCNN: “Ha utilizado la plataforma para desacreditar y desprestigiar a quienes no están de acuerdo con él, y ha arremetido contra los periodistas que han escrito o producido cosas que no le han gustado. Además, ha utilizado la plataforma para sembrar dudas sobre las vacunas Covid-19″. (Musk dudó de la necesidad de una segunda dosis el año pasado).

Anand Giridharadas, de The Times, confirma todo lo que ha exhibido esta nota sobre el impulso a imponer la censura a gran escala en Occidente, y directamente lo exige: “Vamos a tener que aprender a ver a través de las historias fraudulentas que elevan a figuras como el Sr. Musk a héroes. Vamos a tener que legislar verdaderos guardarraíles -tal vez como los creados por la Ley de Servicios Digitales de la Unión Europea- en las plataformas de medios sociales que son demasiado grandes para confiarles la democracia“.

Por supuesto, la Ley de Servicios Digitales es contra la libertad de expresión. Lo confirma otro medio progresista -es decir, pro censura- norteamericano, el CNBC, cuando titula: “La compra de Twitter por Elon Musk lo pone en rumbo de colisión con Europa”, agregando que Musk “deberá cumplir con la nueva Ley de Servicios Digitales del bloque”. Musk, por supuesto, está en rumbo de colisión porque quiere mantener la libertad de expresión en Twitter, y Europa la quiere eliminar.

Las cosas no están fáciles. Un último ominoso detalle de esta saga se agrega el 8 de mayo, cuando Musk misteriosamente tuiteó:

Si llego a morir en circunstancias misteriosas, fue lindo conocerlos a todos”

***

Con esta embestida, alguien con memoria histórica podría observar que se termina definitivamente con el proyecto Moderno y la Ilustración. Ahora no apostaremos más en Occidente al ciudadano informado, responsable y libre: son los políticos y los burócratas de la UE los que pensarán por todos, y los que volverán a poner a la población en un estado de infantil dependencia de lo que les digan.

Esto no es una exageración. Pocas veces la historia muestra un momento de retroceso tan literal. Kant en 1784, respondiendo a una encuesta de un periódico, había definido de modo clásico en qué consistía la esencia de ese proyecto en el nivel ciudadano: 

“La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración”.

Este atreverse a juzgar con cabeza propia es algo que -como hemos visto en los últimos tiempos- muchos hombres odian tener que hacer. Más aun: están dispuestos a pelear para que otros tampoco lo hagan. Defenderán lo que sea que se les dicte, denunciarán a sus conciudadanos que se atrevan a desafiar algo que diga el gobierno, y serán ellos mismos ejecutores de las actividades de censura. Estamos, pues, frente a un cambio de época. 

Pero no frente a un cambio de la condición humana. La condición humana siempre estuvo dispuesta a tomar el camino de la menor resistencia y desentenderse de la propia responsabilidad. Esto también lo previó Kant, en el mismo texto:

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía.
Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea.

Quizá usted no lo recuerde o nunca se lo hayan dicho, pero para muchas generaciones que hoy vivimos en la tierra, la noción de que un ciudadano debe ser capaz de informarse y tomar decisiones responsables por sí mismo, sin ninguna dirección ni tutoría del Estado, era uno de los pilares de la vida en sociedad. Muchas personas murieron a lo largo de la historia para defender esa idea. 

Esa idea, sin embargo, parece desconocida o irrelevante para parte de la ciudadanía, y los gobernantes están haciendo campaña para eliminar esa noción de libertad y responsabilidad ciudadana. 

Como lo dijo la nueva censora general de los Estados Unidos, Nina Jankowicz, en su libro Cómo ser una mujer online: “Tiemblo al pensar que pasaría si los absolutistas de la libertad de expresión se apoderaran de más plataformas, cómo sería para las comunidades marginadas… que ya están soportando… cantidades desproporcionadas de abuso“.

Ver contenido original https://extramurosrevista.com/la-histeria-de-los-censores/

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