SERÁ JUSTICIA… ¿ALGUNA VEZ SERÁ?

Por Fabian “el Ruso” Scornik
Allá lejos y hace tiempo, durante mis años mozos y cuando recién arrancaba mi carrera judicial y mis estudios de abogacía en la UBA, un colega de mi padre publicó un libro intitulado “¿Será justicia?” donde contaba sus peripecias como funcionario de la justicia y también de su actividad como abogado particular. Se trataba de Miguel Szelagowski, quien también había sido intendente de la ciudad de La Plata a mediados de la década del 60.
En esa obra, Miguel desarrollaba diversas consideraciones sobre la decadencia de la función judicial que, según su experiencia, había comenzado en la década de… ¡1940! Dicho de otro modo, Szelagowski destacaba que los problemas del Poder Judicial arrancaron mucho antes de los que algunos imaginan o perciben hoy.
Leí el libro con cierto escepticismo, ya que -como antes dije- apenas comenzaba mi labor en la justicia y estaba convencido que la situación podíamos cambiarla los más jóvenes. Además, el ámbito nos parecía adecuado y lleno de experiencias que -con el paso del tiempo- serían superadoras de todo aquello.
El paso del tiempo hizo que las palabras de Miguel cobraran más vigencia de la que pensaba. Porque, en definitiva y como lo dije antes, esa decadencia de la que él hablaba se transformó en crónica e imparable. Cuanto más avanzaba en mi carrera, más pude percibir que transformar y mejorar el servicio de justicia aparecía como una aventura ímproba.
En ese sentido, me impactó el testimonio de un gran amigo -al que le llevo once años de vida- que ingresó al Poder Judicial de la provincia en 1992, quien me dijo que ese ámbito era el ideal y que, a pesar de su corta edad, creía que podía modificar todo lo malo que ocurría teniendo en cuenta que estaba rodeado de buenos agentes judiciales que iban al frente. Lamentablemente, tuve que recordarle una cuestión nada menor.
Palabras más, palabras menos, le dije: “con todos los defectos y contingencias, la época en donde trabaja tu papá como Juez de Cámara era un lujo. Lo que vino después fue una decadencia total”. El pibe -digo pibe porque era muy chico- se quedó perplejo. Agregué luego que no quería que lo sintiera como un golpe bajo, ya que su padre había muerto de un infarto en 1985 producto del desgaste que le había producido su labor judicial. Ahí mismo me dijo que todos los amigos y conocidos de él le habían dicho lo mismo, pero que -a pesar de todo- iba a tomar esas banderas para mejorar la cosa.
A fines de la década del 90 decidí dejar definitivamente mi función en la justicia. En medio de ello, ya estaba trabajando en proyectos vinculados a la comunicación, pero -por obvias razones- no podía cuestionar como se merecía lo que ocurría en cuanto a la justicia, pues ello me hubiese costado muy caro. Sentí un alivio muy grande cuando partí, pues eso me permitió hablar con sin tapujos sobre lo que estaba ocurriendo. Perdí dinero, claro que sí, pero la tranquilidad que me provocó ello es inenarrable.
La decadencia del Poder Judicial -que se acentuó en los 90, sobre todo en la justicia federal y en la Corte Suprema- siguió sin solución de continuidad. Allí fue donde las palabras de Miguel cobraron cada día más fuerza, al igual que las del padre de mi amigo y otros allegados -algunos colegas, otros empleados jerárquicos- que decían lo mismo: “esto es un verdadero desastre. Antes ser funcionario o empleado judicial era digno de reconocimiento, pero eso ya no ocurre”
Desde hace un buen tiempo, y ante hechos delictuales más que graves, la gente reclama “JUSTICIA” a través de distintas marchas o reclamos populares. Eso antes no ocurría porque -en mayor o menor medida- la justicia llegaba medianamente a tiempo.
Para finalizar, resulta muy triste escuchar testimonios de gente que quiere irse del Poder Judicial -sea en el fuero que sea o la jurisdicción donde ejercen sus labores- porque sienten que ya no se reconoce su trabajo y, para colmo, de manera súbita aparecen actores que llegan de la mano de la política o politiquería para ocupar cargos que son otorgados por el mero hecho de ser amigos del poder. Y, para colmo de males, sus actos son profundamente deleznables, desconociendo en buena parte qué es lo que tiene que hacer para mejorar la justicia de nuestro país. Sólo les interesa el poder que les otorga ejercer su función y el dineral que cobran a fin de mes, defecándose en forma literal en los justiciables a los que -supuestamente- deberían cuidar.
Queda claro que Miguel Szelagowski no se equivocó en un ápice cuando publicó “¿Será justicia? Lo triste es que ninguna de sus propuestas pudo plasmarse para encontrar el camino hacia una justicia mejor, al servicio de la gente común a la que le otorgue las respuestas que esperan y merecen.
Por todo ello, cierro haciéndome la pregunta con la cual inicié la columna: ¿alguna vez habrá justicia en este bendito país? Dios quiera que sí, aunque a mis sesenta años, difícilmente pueda llegar a ver que ello se plasme en la realidad.