Las curaciones del pasado
Por Roberto G. Abrodos para La Plata Magica (Columna)
Desde el día de su fundación en nuestra ciudad existían en la región, como representantes del arte de curar, algunos boticarios y curanderos que ayudaban a los enfermos con sus conocimientos empíricos en farmacia y medicina y sobre todo con su fuerza espiritual, sustentada en el misterio, en los secretos de su arte recelosamente guardados y en rituales mágicos que en la imaginería popular tenían el poder de un remedio. La tendencia era pintoresca.
La imaginación transformaba las causas provocadoras del dolor en obra de demonios, y con el sello del tormento corporal devenido en dolor. Un manosanta y arregla pleitos, “mezcla de médico, boticario y consejero de barrio”, afincado en la calle Real o calle 1 entre 34 y 35 Mateo de La Piedra, junto a su esposa Doña Mariana, experta en resolver empachos, tenían “un modesto botiquín”, desde 1875. Años más tarde se convertiría en botica bajo la responsabilidad de un regente, tal como lo exigía la ley del Ejercicio de la Medicina y la Farmacia, que empezó a regir desde el 18 de julio de 1877 y que establecía estas actividades.
Al hacer su aparición el diario “El Día”, el 2 de marzo de 1884, se publica diariamente en los mismos términos. El tercer censo de La Plata, realizado entre el 7 y el 10 de octubre de 1885, determina la existencia de “26.327 habitantes, con 14 médicos, 12 farmacéuticos, 1 flebótomo y 6 parteras. Según el censo general de la provincia del 31 de enero de 1890 hay 55.610 habitantes y 18 farmacias instaladas”. Los libros recetarios de la época ilustran sobre los medicamentos utilizados en ese entonces: mostaza, linimento de Stokes, alcohol alcanforado, limonada Rogé, polvos de Dover, poción Jacoub, pomadas mercuriales, aceite de ricino, zarzaparrilla, aceite de hígado de bacalao de Noruega sólo o con el agregado de hierro, quina o corteza de naranjas amargas y fórmulas magistrales que se preparaban. La lista de farmacias eran las de Guillermo Salom, en diagonal 77 entre 44 y 45; la de León Gómez, en calle 8 entre 48 y 49, Luis Demarco, de 7 y 55; la de Ángel Valania, en diagonal 73 y 58; la de Pedro Camaña, en 51 y 10 por nombrar algunas. Algunos “remedios” de la terapéutica de entonces, también era común encontrar en las farmacias sanguijuelas, ventosas y cataplasmas: las dietas (no comer),
Las torturas que arrancaban lagrimas: desde los supos (supositorios) hasta la descomunal lavativa (enema); los remedios la dulzona limonada Roget, el repugnante aceite de castor (o de ricino) ; unos instrumentos desagradables; los paños embebidos en una pintura de yodo que se ponían en el pecho y producían escozor; toda suerte de emparches; y las temidas inyecciones, la leche de burra y tantos calvarios para pasar las enfermedades.