3 Signos Mediáticos y Pandémicos para explorar lo Nuevo(a) Normal: Una orientación en el bosque de los signos.
Por Fernando Andacht para Revista Extramuros (extramurosrevista.com) 18-12-2021
Si imagino un manual para un curso futuro de mi especialidad, la semiótica, dedicado al estudio del camino de los signos, creo que ya tengo tres ejemplos muy claros de las tres modalidades básicas de representar lo real en tres momentos de la comunicación mediática y pandémica reciente. Algo positivo tenía que dejarme este tiempo tenebroso y terrible que padecemos hace ya tantos días. A continuación, les presento los tres modos diferenciados en que actúan los signos; ellos sirven para revelar tres actitudes o posiciones con respecto al presente marcado por el virus del miedo o por el coraje de resistir la opresión. En cada una de estas representaciones mediáticas, según el teórico de la semiótica contemporánea, Charles S. Peirce (1839-1914), funcionan las tres modalidades del signo simultáneamente. No obstante, nuestra experiencia está siempre moldeada por la prevalencia de una de esas modalidades o dimensiones semióticas. a saber, cualidades, hechos y conceptos.
Lo cualitativo nos envuelve por completo al llegar por vez primera a una tierra desconocida: colores, olores y texturas son signos icónicos del inasible espíritu o atmósfera del lugar, un aura fugaz y real que colorea nuestro encuentro inaugural, aún antes de nombrarlo o describirlo. Un ejemplo de la dimensión fáctica ocurrió en marzo de 2020, cuando nos enfrentamos a la ciudad desierta; nos vimos y miramos a los primeros humanos enmascarados, nos aturdieron los signos indiciales, que produjeron un fuerte y tangible choque emocional, semejante a la colisión de dos vehículos. Ese es el modo de lo reactivo, de lo que existe y se resiste a ser ignorado e imprime una huella no sólo mnemónica, sino que se puede filmar o fotografiar y conservar. La dimensión conceptual es el modo de actuar del signo simbólico, del signo que se manifiesta como lo comprensible y compartible de toda experiencia vivida, por ejemplo, lo nuevonormal que rige nuestras vidas desde hace casi dos años. Términos como ‘sindemia’, ‘pandemia’ o ‘asintomático’ funcionan como reglas para la vida colectiva; se las puede acatar o transgredir, pero de todos modos organizan la experiencia, la vuelven previsible, en todo tiempo y lugar. También es simbólica la mirada severa y persecutoria que dirigen empleados o clientes en una tienda a quien no use el tapabocas del modo exigido. Según predomine una u otra modalidad semiótica, nuestra relación con el mundo y con los otros cambiará considerablemente. Si prevalece lo cualitativo, la iconicidad, tendremos una vivencia moldeada por un feeling, por cualidades inasibles que nos poseen en lugar de nosotros poseerlas y que el signo se limita a exhibir, sin explicar ni garantizar la existencia de lo que así representa. Cuando se impone lo fáctico o indicial, estamos ante un episodio concreto, por ejemplo, un golpe que nos alcanza de sorpresa, y esa violencia inesperada nos paraliza, determina un antes y un después físico, como la presencia innegable de una barrera que marca el fin de un territorio y nos fuerza a detenernos. Por fin, si prevalece la dimensión simbólica, que requiere la interpretación, estamos ante la manifestación de algo inteligible – no sólo palabras – cuya única razón de ser es permitirnos entender la vida de cierto modo previsible y compartible con otros.
El momento icónico: Patricia & Sergio, dos íconos de la pandemia feroz
Podemos escribir ironías, sarcasmos o repudios sin fin sobre el modo en que actúan dos de los personajes estables del formato televisivo cómico-conversacional Polémica en el Bar (Canal 10, 03.12.2021). Y seguramente se justifiquen por lo funesto del deseo que expresó Patricia Madrid con el apoyo vehemente de su vecino de mesa, Sergio Puglia. Lo que intento aquí es analizar el modo icónico de los signos que generaron esas múltiples e intensas respuestas en medios y redes sociales. Nada ejemplifica tan bien como este episodio, creo, el predominio cualitativo que es exhibido como el significado icónico en nuestra experiencia. ¿Por qué importa destacar este componente superficial de ese episodio polémico? Un especialista plantea que “la clave de la iconicidad no es la semejanza percibida entre el signo y lo que éste significa, sino la posibilidad de hacer nuevos descubrimientos sobre el objeto de un signo mediante la observación de los rasgos del signo mismo” (Hookway 2002: 102, citado en Queiroz & Atã, 2014). Sin minimizar el contenido de lo dicho en esa ocasión por estos dos participantes del programa de Canal 10, el modo en que actúan, cómo modulan la voz para decirlo, y las miradas y gestos que enmarcan lo hablado, es decir, la presentación icónica de su pensamiento, nos permite observar el funcionamiento de los medios masivos para producir el miedo junto a su inseparable aliado, la represión estatal deseada, que aquellos dos se encargan de difundir sin cesar. Tan importante como las palabras es su escenificación, la puesta en escena tonal actuada por estos íconos de la tele, para entender el funcionamiento del control pandémico en su fase más despiadada e inhumana, con el entusiasta auspicio ya habitual de la televisión nacional, comercial, pública y municipal. Esa poderosa andanada de signos visuales y sonoros son la antítesis de un mensaje subliminal: están tan a la vista de todos, que por eso mismo pueden pasar desapercibidos.
El pretexto esa vez fue la visita de un médico y docente universitario, el Dr. Juan Cristina, a quien el conductor del programa le hizo una pregunta que ya iba con su respuesta. Él quiso saber qué era lo fundamental para decirle “a quien no se vacunó que se vacune”. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol ni bajo los potentes focos de ese triste estudio de televisión. Periodistas y seudoperiodistas no han hecho otra cosa que aferrarse al mandato protocolado desde el inicio del estado de excepción, como si en esa sumisión se les fuera la vida. Lo interesante para una mirada semiótica ocurrió luego de esas redundantes palabras, de ese ida y vuelta entre la falsa pregunta y la nada informativa y obvia respuesta del especialista visitante. Ambos estaban ahí para eso: uno siempre y a sueldo, el otro de modo puntual y honorario. Fue entonces que surgió el instante icónico que vale la pena analizar, porque exhibe la acción de los signos que se volvió memorable. Así surgieron la infinidad de memes, de denuncias y repudios por parte de la minoría que resiste la embestida pandémica, ahora contra un blanco indefenso, los niños. A ellos precisamente, afirmó este médico, había que cuidarlos de los daños colaterales – en su socialización presencial y en su escolaridad – y en su opinión no había nada mejor que exponerlos a las vacunas experimentales, un daño colateral sobre el que este experto nada dijo y todo calló.
El predominio de lo cualitativo-icónico llegó con el tono de la pregunta-con-respuesta que el contertulio Puglia le hizo a la autoridad sanitaria: “¿Y qué pasa con los no vacunados?” Como dijo Borges en uno de sus relatos mínimos, esto hay que escucharlo y no leerlo (“La trama”). Por eso, los invito a repasar esa singular escena, para observar la dimensión icónica, la pura cualidad de los signos producidos (https://www.canal10. com.uy/revivi-polemica-el-bar-el-dr-juan-cristina-y-diego-durand-n822416) Su tono es ominoso, como el de quien desea alertarnos sobre un enorme peligro, una pesada y letal espada de Damocles que se cierne sobre la humanidad, y que este vocero soporta cual Atlas estoico sobre sus fatigados hombros. El galeno-universitario pone de su parte una figuración icónica menos expresiva – lo suyo en ese estudio es coyuntural – pero también transmite gravedad, y dice que en los hospitales, en el CTI – hace una pequeña pausa dramática – hay que ver qué porcentaje corresponde a ese grupo. Dice que es muy importante, sin embargo, se reserva o desconoce el dato, pese a la insistencia del contertulio para que lo diga frente a las cámaras. “Yo creo que es un porcentaje importante, no podría decirle hoy…” Luego aprovecha que es el día del médico “para agradecerle a todos los médicos, especialmente a los intensivistas, que dejaron el alma en la cancha”. Se oyen aplausos grabados. Poco antes él había afirmado que era necesario evitar que los hospitales se saturasen. Queda la sospecha saturando el aire con la implícita acusación de que la culpa de tal exceso recaería en el bando irresponsable y cuasi-criminal del no vacunado. Siempre sonriente, cierra su intervención el experto con un elogio para “los verdaderos héroes”, que dice, “son los jóvenes (investigadores) que, mientras estamos acá, están viendo a ver qué variante circula, si es la ómicron”.
Puglia se calza la máscara del personaje-angustiado-por-los-demás: “Ómicron está en Brasil y en Argentina”. De ese modo, él ensaya, busca el nivel dramático apropiado para poner en escena el desenlace que permita al espectador visualizar con máxima nitidez la maldad insolente del clan diabólico anti-sanitario: “Los no vacunados realmente me tienen preocupado”. Mientras habla, él alza simétricas sus manos como quien se dispone a agarrarse la cabeza o está pronto para hacerlo a causa de algún disparate de la humanidad. Puglia percibe que crece la temperatura afectiva y estética de la escena, y se engolosina con ese gesto. Al juntar sus manos nuevamente, lo convierte en una plegaria, como si con su cuerpo él dijera en gestual: les imploro, les ruego: ¿cómo puedo hacer entrar en razón a estos irracionales y tenaces enemigos de la vida en comunidad? De forma gradual, el contertulio asciende el empinado monte de la cólera: “¡Tienen que creer en el sistema, y creer en la ciencia!” El tono exhibido es un signo icónico inconfundible: lo posee la rabia, él dejó atrás la sombría amenaza sobre la que alertó al público, para exhibir en su cuerpo icónicamente su cólera contra estos seres indignos: “¡Si los que saben nos están recomendando vacunarnos, hay que creer en ellos!” De modo eficaz, Puglia mató dos pájaros de un signo: elogió al docto visitante y a la vez increpó a la ignominiosa tribu invacunada.
Durante ese tiempo de despliegue icónico, su vecina de mesa, Patricia Madrid, miraba hacia delante, con los ojos entrecerrados, como quien se retira a su fuero más íntimo para meditar lo que hará o dirá. Como pronto sabremos, ella estuvo acumulando indignación, y preparando su propia iconización televisual: el despliegue cualitativo de la imagen de una Erinia, de una de las furias de la mitología griega. La mujer hace honor a las diosas de la venganza; de un modo extraño, ella gira levemente su cabeza hacia su vecino de la izquierda y dice con la mayor frialdad: “Y si no creen, hay que aislarlos”. Dudé y decidí no colocar un signo de admiración al transcribir su frase, a causa de la ausencia de énfasis en su afirmación enfáticamente inhumana. Oímos algunas expresiones toscas y ruidosas de algarabía ante el acto de ligera y eufórica condena de una parte del género humano que actuó la mujer. Visiblemente satisfecha con el resultado obtenido por haber iconizado con su cuerpo el absoluto menosprecio y repudio de la humanidad invacunada, Patricia Madrid hace otro gesto que explota su histrionismo vengador. Lo que exhibe con fruición es la condena que imaginó para esos infelices que envía al infierno del encierro estigmatizado: con sus manos ella le da forma a una cápsula o receptáculo cóncavo y exclama sonriente: “¡Yo los metería en una camarita y puf!”. La contertulia redondea ese clímax icónico mediante el gesto de quien tira algo inservible a un lugar de desechos. Acaba de arrojar con arrogancia a ese grupo humano repulsivo a la basura. Acompaña el movimiento de ambas manos con un mohín travieso y un ruido bucal, para que la iconicidad del momento sea completa. Gesticula con manos y rostro a la manera de quien está contando un chiste de seguro efecto gracioso. Aunque dudo que lo sea, todo funciona como una ensayada y aceitada coreografía: su vecino de mesa le devuelve los signos, pero envueltos en énfasis indignado: “¡Como hizo Austria!” Puglia declama emocionado esa frase. Su expresión es la de alguien a quien le vino a la mente una obra maravillosa de arte, un poema que fue escrito en apenas una noche.
La Erinia a su lado adopta la apariencia de una Eumenide, el eufemismo usado para nombrar a las temibles Furias, y exhibe la apariencia de una bondadosa portadora de datos objetivos, veraces y tremendos: “Hoy en día tenemos en el entorno de un 25% de personas que no tienen las dos dosis, no?” Para demostrar que es una Erinia pero también una Eumenide, ella aclara que de ese porcentaje se debe excluir a los niños – aunque afirma con satisfacción que luego les tocará el turno a ellos. Hace nuevos gestos que atraen la atención menos a lo dicho que a lo exhibido ante nuestros ojos y oídos, como en una danza, en la que es imposible separar al que baila de lo bailado (S.B. Yeats). Su tonalidad corporal es de indignación profunda y magisterio rebosante de sabiduría, como si Patricia le dijera a la audiencia: ¡está hablando la razón! Pero lo que ella efectivamente enuncia es esto: “A ver, por una ínfima proporción de la población que no está vacunada, los vacunados a esta altura deberíamos andar libres”. Parece muy segura del éxito de su performance, ni siquiera necesita comprobar mediciones de rating o comentarios en redes. Por eso, ella vuelve a exclamar que lo que urge actuar ya mismo “con los no vacunados que realmente representan el peligro para la sociedad, (es) aislarlos!”. Y replica el gesto con el que sus manos dibujan un encierro, y con el que ella confía lograr su triunfo actoral e icónico. Como lo explicó con rigor Mazzucchelli en esta revista (https://extramurosrevista.com/patricia-madrid-no-sigue-la-ciencia/), Patricia Madrid ignora si ese contingente humano heterogéneo pero unido por el sano y crítico escepticismo representa una amenaza para los vacunados, tal como ella lo afirma con convicción desde su evidente no saber. Sin embargo, al contemplar su performance no me queda duda alguna de que esta iracunda contertulia está haciendo un esfuerzo icónico por representar a la Erinia pandémica poseída en cada centímetro de su cuerpo por la justa cólera. Y su colega de mesa, el velozmente colérico Puglia no duda en volver a invocar el mundo de las Erinias europeas: “¡Como hizo Austria!” grita. La cámara abandona por un instante a estos dos enfervorizados protagonistas, para mostrarnos al Dr. Juan Cristina, quien luce una ancha sonrisa. Él se muestra divertido; es la imagen viva del maestro que contempla la gracia de sus buenos y obedientes alumnos.
¿Qué nos ofreció esa entrega de este programa televisivo de conversación bien acotada y dirigida a mantener al rojo vivo la alarma viral y pandémica? Una puesta en escena en la que los signos icónicos de voz, gestos, en fin, del cuerpo de dos protagonistas se convirtió en la imagen viva del desprecio completo por los insubordinados vacunales, y la indignación colérica por tener que soportar en sus cuerpos tan vacunados ese peligro intolerable. Si deseamos contemplar qué aspecto produce una estética del miedo y del castigo instalado por protocolos y organismos globales en los medios de comunicación, este ínfimo episodio lo ilustra de modo notable. Ambos personajes jugaron a encarnar en la tele masiva el miedo de la población y el necesario recurso del terror de un Estado punitivo y autoritario, capaz de engendrar un horrible ghetto o un infame leprosario, para encerrar y discriminar al que rehúse someterse al credo nuevo(a)normal. En alemán (Schauspieler) y en inglés el actor (player) es descrito como un jugador, alguien “que en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro” (“Everything and nothing”, J.L. Borges). La literatura y su lejano descendiente audiovisual tienen en la fantasía icónica un ingrediente clave: estos dos integrantes que juegan a debatir, exhiben seriamente, con total dedicación en sus cuerpos agitados, la visión oficial de las virtudes de la sumisión y del castigo feroz para el disidente sanitario. A eso jugaron estos dos, en esos minutos finales de su bar de mentira, con tópicos de verdad, y consecuencias reales siniestras para los irradiados por la emisión del 03.12.2021.
El momento indicial: un esbirro telepandémico reacciona frente a un intruso
El ejemplo de la acción del signo indicial lo encontramos en un programa periodístico argentino en el que se produce un corto circuito semiótico: el anfitrión/presentador de Intratables, Alejandro Fantino, no puede no reaccionar, él debe resistir con todo su cuerpo convertido en barrera frente a la presencia de un médico herético que no vive según la fe llamada Ortodoxia Covid. Lo que es atmósfera, tonalidad y juego histriónico en el espectáculo de iconicidad televisual de Polémica en el Bar es tangible y concreta colisión en copresencia en Intratables. Presenciamos el despliegue de signos indiciales, cuya acción se basa en la conexión material con lo que ellos representan. Ya no podrá este animador entregarse confiado a fantasear, mediante signos icónicos, todo lo horrible que él le haría al enemigo insalubre y opuesto al vacunicidio global que acecha fuera del recinto televisado, tal como hicieron con ahínco los dos jugadores de Polémica en el Bar. Fantino no puede darse el lujo de la fantasía libérrima, porque él deberá enfrentarse a un no creyente, a alguien que está sentado allí mismo, y peor aún que tiene la condición de su invitado. Esa es la situación en la que prevalece la acción del signo indicial, que posee un lazo existencial con lo que representa, como la huella que deja el pie al apoyarse; y ese signo será el que caracterice este otro episodio televisual y polémico en era Covid-19.
Todo empieza en el registro de lo obvio, como corresponde con los programas seudo o desinformativos, hace más de 20 meses, en todo el mundo. Este telegénico conductor de almas actúa con profesionalismo para establecer de modo inequívoco los límites de lo verosímil en su programa – cuyo nombre resultará irónico ese día: Intratables – y lanza una pregunta que, a buen entendedor, ya anuncia la respuesta correcta:
¿Qué hacemos con la ómicron que la OMS dijo se viene ahora? Estamos preocupados, todo el día googleando, se nos viene la tercera guerra mundial? ¿Qué hacemos ahora?
Todo hubiera sido tan fácil, tan automático, quizás él pensó luego – si es que la especie del seudoperiodista incurre en ese hábito reflexivo. Sólo hacía falta que el invitado de honor del día hubiese colaborado con el guión no escrito, pero tan real como las leyes del tránsito. La cámara se desplaza hacia el esperado y previsible apoyo que le debería haber brindado un señor sesentón muy serio, de lentes y saco, que seguramente ignora que al pie de su imagen en la pantalla se lee un cartel desfasado que maltrata su identidad: “Toti Ciliberto actor. DEBERÍAMOS VACUNARNOS”. Estos signos obviamente inadecuados generan un efecto irónico, por lo que sobreviene en el programa.
Sólo voy a citar el inicio de la intervención del aún anónimo invitado, que será interrumpida con contundencia física por el perturbado anfitrión convertido en tenaz adversario del mal invitado. La razón es que comienza un duelo indicial de acción y reacción, de intervención y de palpable y creciente resistencia de todo el programa en su conjunto, pero que se encarna en su conductor. Este actúa como un anticuerpo de la tele frente a lo que él experimenta como un elemento invasor y tan dañino como un virus letal que ataca un organismo debilitado. Así le responde quien evidentemente no es “Toti Ciliberto actor”, como insiste en describirlo el zócalo puesto en la base de la pantalla:
Si seguimos con miedo nos vamos a acostumbrar a una sociedad de presos, y todo este desarrollo que ha tenido la política pública, que para mí es mucho peor que la pandemia en los efectos que ha logrado, en la forma conceptual en que la ha encarado.
Por fin, cuando él termina su intervención, cambia el cartel que debería identificarlo, pero aún no revela su nombre, y se limita a difundir temor en la audiencia: “ALERTA EN EL MUNDO POR LA VARIANTE OMICRON”
A partir de ese momento, contemplamos un despliegue inusitado e impactante de la acción indicial del signo. Del mismo modo en que el termómetro indica la temperatura del cuerpo o la veleta la dirección del viento, gracias a un vínculo material de acción y reacción entre el signo y su objeto, el cuerpo del psicagogo de América TV, ese torpe conductor de almas, abandona con violencia su rol de amable anfitrión. Aunque él trata de negarlo sin convicción, sus tentativas sólo producen un efecto de comicidad involuntaria. Todo su cuerpo se convierte en un signo indicial tras recibir esas palabras dichas con la máxima seriedad. Fantino queda inmóvil, como si lo hubiera alcanzado un rayo; parece la estatua del antes animado charlista que iba y venía proclamando el terror ómicron, en el espacio delimitado por el semicírculo de mesas y de participantes. Ese es un ejemplo del primer momento indicial, luego llega otro aún más impactante.
No sin dificultad, Fantino sale de su parálisis y reacciona según el proverbio popular de que la mejor defensa es el ataque. Con actitud de un compadrito o de un simpático matón se le acerca al otro, con una mano en el bolsillo y la otra cerrada con el gesto de denunciar lo inexplicable. Habla de algunas muertes de gente joven que le comentaron, y desde más cerca, le cuenta sobre la muerte de uno con el que él jugaba al tenis en el club, y que con menos de 40 años se lo llevó la Covid. Así habló y se movió, pero sobre todo reaccionó su voz y todo su cuerpo estremecido y dominado por un asombro que irá creciendo, como quien recibe una tras otra, varias violentas bofetadas. Lo que ha hecho ese cuerpo incrédulo es reaccionar, y ofrecer toda la resistencia corporal a su alcance frente a la intervención de quien finalmente es nombrado correctamente por el cartel al pie de la pantalla: MARIO BORINI. EPIDEMIOLOGO MEDICO ESPECIALISTA EN CLINICA MEDICA. Aparece además un largo número que, supongo, respalda y legitima su tenencia de título, la razón para estar ahí invitado y sentado.
El médico no comprendió que su antagonista abandonó para siempre el campo de los símbolos, de la explicación e interpretación de los datos, para saltar al ring donde su único y palpable objetivo es detenerlo, derribarlo, expulsar este organismo enemigo capaz de debilitar la credibilidad del pandemismo, la nueva fe de la tercera década del siglo 21. Mientras el epidemiólogo le habla de diferentes porcentajes de muertes a nivel mundial, de tendencias y de la correlación de decesos y el inicio de la vacunación a nivel global, el cuerpo de Fantino se entrega por completo a materializar el radical rechazo, a volverse el índice viviente de la brutal negación del Otro. Le pide perdón, mientras que le dice que quiere “dejar bien claro al aire” que él está “totalmente en contra de lo que está diciendo.” Sus palabras sobran, porque su cuerpo se encarga de gritar que no tolera la presencia del otro. Por las dudas, la producción del programa proyecta sobre una desmesurada pantalla de fondo un gigantesco brazo en vías de ser pinchado con la salvación inyectable. Se procura así infligir una doble reacción negativa al médico invitado. Una y otra vez afirma el conductor que lo respeta por ser médico, y en el clímax indicial, Fantino crea un síntoma verbal de su exasperación: le dice que “lo super-respeta”, aunque su cuerpo exclama lo contrario. El conductor se ha convertido en un macizo dique de carne y hueso opuesto al avance de los signos del hereje que, curiosamente, él mismo cometió la imprudencia de traer a este ruedo televisual. Los signos indiciales del cuerpo conmovido lo convierten en un implacable esbirro al servicio de los Anunciantes que están en el Cielo de la Tele; sus índices reclaman con vigor a esas deidades que por favor lo miren y que admiren su fortaleza represora y anti-disidente.
El lector pensará: pero ahora yo lo estoy mirando (https://www.youtube.com/ watch?v=zqtQ93MR5e4), y ese conductor argentino usa palabras, ¿por qué yo afirmo en mi análisis que son signos indiciales, como la veleta o la huella en la arena? Sostengo que sus comentarios son síntomas del impacto recibido, más que enunciados interpretables: surgen como proyectiles antibalísticos para frenar ese ataque al buen sentido unánime y pandémico del médico Mario Borini. Poco y nada importa entender lo que Fantino dice; la clave de este episodio de crispación represora del debate es lo que el conductor de la tele argentina hace, cómo reacciona y contra-ataca. En eso se parece al pus que surge como efecto de una infección, como la respuesta de nuestro sistema inmune a un ataque, o la alergia que vuelve la piel una gran mancha roja. En eso consiste la exuberancia semiótica indicial del episodio de Intratables. La función del signo indicial no es ni exhibir algo mediante una analogía ni explicar mediante una regla como el español o el inglés. El índice se limita a existir en el mundo, a manifestarse en toda su muda y tenaz presencia; como el síntoma, no tiene la finalidad de ser interpretado, aunque puede serlo, como ocurre ahora con mi tentativa de entender qué ocurrió ese día en ese programa.
El episodio es ejemplar en cuanto a la dimensión indicial de la palabra humana: aunque utilice signos verbales, es tan patente el ataque que impacta como un golpe y no como algo para entender y pensar: “Yo soy muy respetuoso de mis invitados, no debería volarte a la yugular, pero estoy a punto de decirte doc, frenemos con ese discurso porque hay mucha gente viéndonos, (es) un medio de comunicación.” Luego de varios rounds de esa demostración física de “super-respeto” del anti-anfitrión, el médico reacciona también de modo indicial, ya que así lo determinó el dueño de casa: “¡Entonces no me super-respetan!” Ya nada queda por decir o hacer en ese estudio avasallado por la resistencia de lo indicial. La tele toda materializada en su aguerrido gladiador pandémico ha rechazado al intruso; el mal simulacro de un debate en ese medio masivo consiguió que el programa le haga honor a su nombre, Intratables. También podría haber sido rebautizado, luego de este enfrentamiento, y adoptado el nombre Imbancables, para evocar esa lucha cuerpo a cuerpo entre el abanderado y paladín del dogma sanitario y este insoportable e insólito retador médico. Su propio cuerpo encarna algo inverosímil para una televisión ya habituada y feliz de sólo recibir médicos del régimen, que llegan hasta allí para recomendar máscaras, distancias, vacunas, más tests y todo artefacto que alimente y solidifique el terror sanitario sin pausa. El cuerpo estremecido del psicagogo angustiado Fantino no puede no reaccionar una y otra vez contra la conjunción de la profesión tan confiable para la máquina mediática y el talante racional y equilibrado de ESTE médico AQUÍ y AHORA.
Ya paseamos por el territorio de la fantasía icónica – el juego siniestro de ‘segreguemos al invacunado’ – e hicimos una parada por la tierra televisual argentina para contemplar signos indiciales en reacción para la reparación de daños ideológicos. Nos toca ahora observar cómo funciona el ámbito de lo simbólico, en época de pandemia desaforada.
El momento simbólico: cuando la Palabra recobra su valor genesíaco
No me parece extraño que el registro simbólico provenga de un medio de comunicación individual e improvisado, en vez de un medio masivo como la televisión.
Por ese motivo, ignoro incluso el nombre de quien toma la palabra y proclama un discurso donde prevale el símbolo, porque me lo enviaron mediante un tuit. Así pude ver este video anónimo de poco más de dos minutos de duración, y de pobre calidad técnica (https://twitter.com/quotesforgoal/ status/ 1469389109005361161). Se trata de una homilía, es decir, del esfuerzo verbal de un sacerdote por explicar desde el altar, a sus feligreses, durante una misa, cuál es el significado de la Iglesia como lugar para todos los que allí quieran ir a comunicarse con la divinidad. Y por eso viene a cuento la frase del Génesis, en el Antiguo Testamento: “En el principio era el Verbo”. En términos semióticos, se habla allí del signo simbólico, ese que “posee el significado que tiene simplemente porque así será interpretado” (Ransdell, 1977, p. 172). La función del símbolo, lo que lo distingue del ícono como cualidad posible, y del índice como la existencia tangible es que el símbolo se dirige siempre al futuro y de ese modo crea la previsibilidad, lo que ocurre de modo regular en el mundo está organizado por esa clase de signo. Por ejemplo, cuando alguien se encuentra con un conocido que no ve hace mucho y le dice: ‘Vamos a tomar un café’, el significado de esa invitación puede volverse el consumo de un refresco o de un agua mineral, porque el significado interpretable colectivamente es compartir un tiempo no muy extenso de charla, y no literalmente consumir cafeína.
Cada una de las palabras que enuncia este sacerdote en su emocionada homilía a un grupo de fieles que no vemos pero que sí oímos tiene la única finalidad de volver inteligible, de explicitar e interpretar meticulosamente el sentido último de estar allí, en esa asamblea o reunión – esa es la etimología de ‘iglesia’ (ecclesia) – para comunicarse con Dios. Claro que su palabra involucra una actuación importante: el actúa su papel sacerdotal, y para eso lo ayuda la inconfundible vestimenta litúrgica, por ejemplo. Y además él va a reaccionar emocionalmente, es decir, su cuerpo va a emitir signos indiciales, a medida que en su homilía él mencione lo bueno y lo malo que siente sobre las circunstancias opresoras del tiempo pandémico. Todo eso es cierto. Pero lo fundamental de esta tercer modalidad en que los signos revelan algo del mundo es que se genera un sentido más complejo del que lanza el sacerdote a sus interlocutores, a saber, el significado como el efecto explícitamente buscado. También en este caso, los signos nos permiten conocer la posición defendida por quien los utiliza, exhibe o de quien emanan con respecto a la vida en el planeta Covid-19.
Al inicio, desde ese lugar en el altar, llega la declaración de cuál es su posición como sacerdote:
Jamás he discriminado a nadie por su orientación sexual, ideología política, menos en este tiempo hermanos voy a discriminar a nadie porque intentan pedirnos un pase sanitario para la gente que viene a la misa. ¡Eso es una locura! ¡Las puertas van a estar abiertas para todos!
Luego, él enuncia algo que expone su situación personal, y no sólo la de su misión religiosa:
Yo creo que es hora, como Iglesia, sin entrar en disputas (…) aquellos que se pusieron la vacuna, aquellos que no nos hemos puesto la vacuna. ¡Es momentos, argentinos, de defender nuestros derechos! Es hora de defender nuestros derechos, yo creo que la iglesia está dormida.
Ese manifiesto de tolerancia va a convertirse en una encendida reivindicación de nuestros derechos. Los símbolos de este religioso se instalan así en la antípoda del despliegue represivo icónico e histriónico de los dos personajes uruguayos de Polémica en el Bar, y de la corporal resistencia indicial del argentino al frente de Intratables, de ese triste remedo de un debate televisivo. Mientras que las criaturas que habitan el pantano televisual reclaman un ghetto que segregue al invacunado o luchan por imponer la mordaza al hereje de la Ortodoxia Covid, este hombre de la iglesia lanza con coraje un desafío admirable al poder terreno, y lo hace en nombre de un gran ausente en la pandemia: el espíritu humano, nuestra capacidad de no vivir en el temor constante de nuestra finitud material:
Mamá me decía que, para entrar a la iglesia querían pedir pase sanitario a partir de tal fecha, porque Kicillof lo había dicho. ¿Quién carajo es Kicillof?
Con un lenguaje coloquial que, imagino, no es muy diferente del que usó en su prédica el hombre que veneran en este lugar como el hijo de Dios, llega al clímax de su explicación de lo sagrado y de lo profano el oficiante de esta ceremonia religiosa y política. Él repite con fuerte énfasis su pregunta retórica sobre Axel Kicillof, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Y de golpe, todo parece caer en su justo lugar. Los símbolos de este sacerdote recuperan el vigor genesíaco del Verbo, y caemos en la cuenta de que ningún protocolo puede más que la vida, que ningún interés empresarial, por enorme que sea su poderío financiero, es capaz de ordenar y manipular a su antojo nuestro paso por la tierra. Todos tienen lugar en esa asamblea para encontrarse y conversar con algo que está más allá del poder de la OMS o de cualquier político, no importa cuan poderoso se crea éste. Y así atraviesan el espacio entre el altar y la congregación los símbolos del oficiante que ha puesto en su lugar el falso credo de la pandemia, alimentado interminablemente por los medios de comunicación y por los Kicillofs del mundo entero:
¿Dónde quedan los derechos y las libertades de cada uno? Si vos te la pusiste, hiciste bien! No te la querés poner, también bien! Sos del partido que sea, no me importa, yo no voy a pedirle a nadie un carné para ingresar a la iglesia, sería arrodillarnos ante un poder humano y dice la palabra de Dios, en el libro de los hechos de los Apóstoles, que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres Y la iglesia tiene una misión, la misión de salvar almas! ¿Cómo le voy a impedir a alguien que venga a rezar a la casa de Dios, si ésta es su casa! ¡Eso es una locura! ¡Y estoy dispuesto a ir a la cárcel, y todo lo que sea por mis convicciones como sacerdote!
Estamos ante un fenómeno extraño pero comprensible en el Planeta Pandemia: los medios de comunicación desinforman y censuran, los políticos no representan cabalmente a quienes los votaron para luchar por sus derechos. Pero nos encontramos con la sorpresa de un sacerdote que, en vez de contar los hechos de los apóstoles, se convierte en un apóstol de la resistencia contra la opresión política y mediática cotidiana. El símbolo apunta al futuro, proyecta siempre un encuentro con el sentido posterior a su entrada al mundo, un lugar esclarecedor del significado donde encontrar aquello que nos guía para entender lo que nos rodea, y a nosotros mismos en ese entorno humano. Si el mundo pandémico se ha vuelto una obsesión que reduce la vida al pánico constante de morir por un virus invencible y proteico, cuyas hazañas son cantadas y convertidas en epopeya por la máquina mediática y política para mayor gloria de la farmacéutica global, sean bienvenidos los símbolos que nos traen de regreso a la fortaleza humana, que resiste toda pandemia. Poco importa el nombre de esa convicción, si es un panteísmo o cualquiera de las incontables formas que nos hemos dado los humanos para confiar en lo sublime, la empresa de salvar almas hoy es una forma heroica de no ceder al miedo del otro, a su persecución o al encierro en nuestra cobardía e insignificancia.
La casa del símbolo es una fortaleza inexpugnable, contiene cualidades como el tono de convicción y los gestos de valor con que el sacerdote cuyo nombre ignoro acompañó sus dichos ese día. Y el símbolo siempre necesita de un vínculo con la existencia: el religioso estaba situado, plantado ante los feligreses, en pleno ritual eucarístico. El eligió ese sitio tangible y filmable, como pueden Uds. mismos verlo y oírlo, para empuñar el arma invencible del símbolo disidente, rebelde, que se atreve a arrojarle al poder esa pregunta revolucionaria: en verdad, ¿quién carajo es el político o el personaje mediático o el gigante farmacéutico que pueda someter en la cárcel del miedo y la persecución otricida lo más precioso de la humanidad, su libre designio?
Referencias
Mazzucchelli, A. (2021). Patricia Madrid no sigue la ciencia. eXtramuros. https://extramurosrevista.com/patricia-madrid-no-sigue-la-ciencia/
Queiroz, J. & Atã, P. (2014). Iconicity in Peircean situated cognitive Semiotics. En: T. Thellefsen y B. Sorensen (eds.) C. S. Peirce in his own words. (pp. 283-289). Berlin: De Gruyter Mouton
Ransdell, J. (1977). Some Leading Ideas of Peirce’s Semiotic. Semiotica 19, pp. 157-178.
Programas de Televisión Analizados:
Intratables (01.12.2021). https://www.youtube.com/watch?v=zqtQ93MR5e4
Polémica en el Bar (03.12.2021) https://www.youtube.com/watch?v=1juFxMbwh_g
y en: https://www.canal10.com.uy/revivi-polemica-el-bar-el-dr-juan-cristina-y-diego-durand-n822416
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